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TODO COMENZÓ CON LA ABUELA.

En todas las familias existen patrones familiares que repetimos generación, tras generación.  La mía no es la excepción.  Lo que creemos, sentimos y cómo actuamos, lo hemos aprendido y absorbido, muchas veces o la mayoría de ellas, sin darnos cuenta.  

No siempre es malo, los aprendizajes muchas veces son buenos, pero otros no y esos los debemos que reconocer para modificarlos, extirparlos o hacer algo antes de quedarnos atrapados en su órbita.  

Todos recibimos o transmitimos mensajes paradójicos en los que no coincide lo que se dice con lo que se hace o se provocan conductas que luego son castigadas.  Insisto que también hay mensajes y patrones de vida saludables.  En mi familia había de los dos y cada quién hizo lo que pudo o lo que quiso con lo que había.  

El secreto está en la actitud. 

Un buen carácter, apacible y moderado, puede estar satisfecho en circunstancias poco favorables, mientras que uno codicioso, envidioso y malvado, no lo estará rodeado de riquezas.  Ahora bien, solo para aquel que disfruta permanentemente del don de una individualidad extraordinaria y espiritual, la mayoría de los goces a los que aspiran los demás resultan superfluos, e incluso le parecerán molestos y pesados.   Schopenhauer

La historia de mi familia inicia con mi abuela Aurora, a lo mejor con la madre de mi abuela, pero de ella sé muy poco.  Comenzaré entonces por lo que he investigado. 

Mi abuela tenía una forma muy particular de mostrar su amor y era básicamente la más fría posible.  Puede sonar contradictorio, pero era fríamente cariñosa.  Lo diré bien: era selectivamente cariñosa y a mí, no me iba tan mal.  En la escala del uno al diez, yo no estaba en sus nietos número uno, pero digamos que en un cuatro, sí.  

Conozco poco de su origen porque, en mi familia dedicada a la comunicación, siempre se ha hablado muy poco.  De mi bisabuela Guadalupe, su madre sé, según lo que escribe en una carta, que era de las mujeres más codiciadas de San Luis Potosí y  se casó con el bisabuelo Arturo que era de muy buena familia, además  políglota y compositor de operetas, que por cierto, según continua en la carta, las estrenaron Esperanza Iris y Amparo Romo.  

hA la abuela la recuerdo porque siempre tenía la espalda derecha.  Llevaba velo a misa y sus manos eran huesudas, blancas y temblorosas.  La habré visto un par de veces usando pantalón, generalmente usaba vestidos completos azules, grises o negros.  

Cuando eres niña crees que los adultos no tienen historia o simplemente no te preguntas por su pasado.  Después, cuando quieres, si quieres, entender un poco de ti, entonces cuestionas en dónde nacieron, cómo vivieron y cuáles era sus formas de actuar, su conducta.  

Mi abuela y sus tres hermanas, crecieron siendo niñas de “buena familia”.  Ella era la mayor y por lo tanto la primera en casarse, más o menos en 1910.  Tenía diez y siete años y su esposo era un mayor del ejército que defendía la plaza de Matehuala contra los carrancistas que iban todos bien armados, eran más de cuatrocientos  y todos a caballo.  Terminaron por fusilarlo en 1913, el héroe de Matehuala, le llamaron.  

Mi abuela para entonces tenía un hijo de más o menos, tres años. Quedó viuda a los veinte. 

Fue entonces que le cambió la vida. 

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