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LA MEMORIA DE LA PIEL

   

     Recuerdo la noche del veintitrés de septiembre del año dos mil.  La pasé en el hospital, en la habitación de mi madre.  Yo sabía y ella no quería saber, que esperábamos juntas un final inevitable.  Habíamos pasado los días anteriores recordando y sonriendo, sintonizando algún programa y comentándolo juntas.  Recibía pocas vistas, de hecho además de mis hermanos, solo recibía a dos, su hermana y su mejor amiga que tambén era su hermana.   Pero esa noche, precisamente esa,  me dijo que tenía miedo.   Yo no encontraba cómo consolarla, no sabía qué decirle, así que dejé que hablara.  Primero viéndola a los ojos y luego bajando la mirada para no interrumpirla.  

     La tomé de la mano mientras la escuchaba.  Me platicaba de las pesadillas que tenía por las noches y a veces durante el día por culpa de eso que le ponían en el suero para dormir.  Entendí entonces la expresión de sus ojos cuando volteaba hacia la ventana como si yo no estuviera en ese sillón café incómodo en donde pasaba las noches.  Era como que atravesara la ventana y aún el cielo.  Miraba más allá de lo que yo alcanzaba a ver.    Puse atención en todo lo que me dijo y al mismo tiempo memorizaba con mis dedos y mis ojos todo, desde la textura hasta el color su piel, casi puedo  asegurar que si supiera dibujar  lograría reproducir su mano fielmente.   Era la izquierda. 

     Murió dos noches después, justo la única noche que yo no estuve en el hospital.  Pero no lo lamento, yo ya tenía conmigo la memoria de su piel y me había grabado sus sonrisas.  Por eso el recuerdo no me entristece, al contrario, lo celebro porque aún lo conservo.   

     Me acordé de esto porque creo que por eso en estos días el miedo y la angustia de muchos o a lo mejor de todos es por la ausencia y la distancia, también por la enfermedad pero sobre todo lo otro, lo que se siente.  Por la posibilidad remota o cercana de sabernos y al mismo tiempo olvidarnos. Y no olvidar a los que queremos, sino sus formas, la textura de la piel, la risa, la mirada o lo que sea de los que amamos.   

     No son lo mismo un video, una foto o una grabación.  Hay que hacer el ejercicio diario de cerrar los ojos y recrear desde el alma los recuerdos y prestarles vida.  Y luego, cuando esto pase y nos volvamos a ver tendremos la tarea de producir nuevos momentos, mejores y más largos abrazos, risas más fuertes y miradas más profundas.  

     Necesitamos querernos más y extrañarnos menos.  

     Extrañar es en serio es sentir en el estómago el golpe de la fuerza de una bomba nuclear y después vivir con el vacío que deja en el alma hasta volvernos a ver….

 

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