SER FELIZ POR DECISIÓN
Un día te cansas de ver el cielo y la luz de las estrellas, ya no esperas a la luna, dejas de admirar los colores de las flores y se vuelven algo común porque ante tus ojos ya no brillan igual y lo que conmovía tu alma va perdiendo todo su valor. Sabes que estas perdiendo la pasión por la vida y debes decidir -porque de eso se trata la vida- si vale la pena recuperarla o mejor te rindes. Eso lo sabes solo tú, porque solo tú reconoces lo que sientes, los demás no, ni lo intuyen.
La felicidad es un asunto personal, es una decisión propia.
De pronto actúas raro, haces cosas diferentes, viajas, regresas, te pierdes, te encuentras, cantas, piensas poco, recuerdas mucho, lloras lo necesario, ríes lo suficiente; buscas motivos -a veces desesperadamente- para recordar que respirar, aún tiene sentido. Necesitas hablar con alguien que te contagie vida para reconstruirte sin que sepa que está siendo ese momento quien te sostiene. Necesitas recordar que seguir soñando vale la pena. En un momento de claridad agradeces y se aclara el camino. Agradeces.
Terminas por aceptar que la vida no la ven todos como la ves tú, que cambiar por otros es traicionarte. Entiendes que eres tú para quererte a tí y solo así estarás en sintonía con el universo que habitas. Cuando por fin recuperas la paz del alma y acallas la mente, sabes que para algunos tu ausencia será notoria y otros a lo mejor nunca la noten, pero lo único grave será que seas tú quien no se percate de su propia ausencia. Cuando entonces te recuperas, te abrazas y decides seguir.
La felicidad es una decisión propia, una obligación personal y se comparte con quien quiera compartir la suya contigo.