la lucha entre la Alegría y la Tristeza.
A la alegría hay que construirle una fortaleza y apelar al ejército más bravo para que la defienda. La alegría no es frágil, pero sí recibe los embates más despiadados por realidades que duelen, escenarios que ni siquiera existen y a lo mejor no existirán nunca o por pasados que torturan y no han sanado.
A la alegría hay que cuidarla mucho y no soltarla, abrazarla con brazos suaves y como acariciando, hay que nutrirla con sonrisas naturales y si no hay motivo, entonces sonrisas inventadas, porque las sonrisas tienen una conexión particular con el corazón e inmediatamente lo reaniman.
La tristeza es implacable, su fuerza es devastadora y cruel, no le importa nada, se difraza de mil formas y es capaz de filtrase como el agua y golpear como las rocas. La tristeza es necia y aun cuando parece que se ha ido, de pronto regresa.
Por eso a la alegría hay que construirle siempre una fortaleza que la abrace y nunca la suelte, que la haga más fuerte que la circunstancia más triste y el panorama más desaentador porque la tristeza hunde y no deja caminar y la alegría es siempre impulso.