EXTRAÑAR, LO QUE SE DICE EXTRAÑAR…
La primera lágrima fue inesperada, no sentí que fura míala desconocí en un inicio pero la siguieron otra y supe entonces que lloraba. No tenía razón aparente. Esperaba sola un vuelo de regreso a casa después de pasar unos días en el mar y sin aviso alguno, mientras miraba por la ventana los aviones que iban y venían llegó con una fuerza suave la humedad de mis ojos. Se apagó el ruido a mi alrededor para dejar que se instalara una densa nube gris que solo yo alcanzaba a ver y me cayó sobre los hombros. Así es como invade la tristeza.
Extrañar lo que se dice extrañar no es sentarse a ver el cielo y suspirar, ni mirar atardeceres anhelando. Extrañar en serio es diferente, es sentir en el estómago el golpe de una bomba nuclear y después vivir con el vacío que deja en el alma. Un vacío que se transforma en una pesada piedra que cada día es más grande, porque con el tiempo la ausencia crece.
Extrañar es sentir ausencia y no solo saber que existe es además hacerla propia, llevarla a todas partes impregnada en el cuerpo. Es algo así como una onda que inicia en la garganta y se reparte en cada milímetro del ser por dentro y por fuera, se cuela hasta los huesos y contamina la sangre hasta doler. Es una fuerza lentamente violenta que desuella la piel y hasta el roce del aire lastima.
Extrañar ahoga. Es dolor silencioso que no se puede gritar. Es morir todos los días y tener obligatoriamente que seguir viviendo para no olvidar.
Extrañar es tener como estocada en el pecho una duda letal de donde brotan historias de recuerdos mezclados con fantasías. Es creer sabiendo que puede no ser cierto, que nuestra presencia a lo mejor, un día hace falta. Es creer que esa fantasía puede ser. Es conmoverse hasta la médula con el vuelo de un ave porque también se va. Eso creo que es un poco extrañar.