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LA SONRISA DE JUAN QUE NUNCA VOLVÍ A VER.

Era un niño pequeño delgado de piel morena y  cabello negro, tenía una sonrisa que iluminaba todo su rostro y el de quien la pudiera ver, tenía  8 años.   Yo me había prometido nunca contar estas historias que remueven un poco el alma, pero al alma hay que recordarle de vez en cuando que está viva y es necesario refrescar en la memoria lo aprendido para que jamás se olvide.  Lo que no haré es mencionar el nombre que yo lo tengo bien grabado en el corazón igual que su imagen desde el día que lo conocí.  Aquí lo llamaré Juan. 

Llegué el primer día de trabajo preparada con lo que había aprendido en la universidad y la experiencia adquirida durante los dos años de trabajo en la escuela que estaba a la vuelta de mi casa que era  de religiosas a la que asistían niñas de alto nivel socioeconómico.  En este lugar especial tendría bajo mi mando y solo por un par de horas al día a un grupo pequeño formado por no más de 10 niños de distintas edades que oscilaban entre los 6 y  17.  En este entonces yo tenía 29 años.  

En cuanto entré el primer día al espacio que no tenía puerta y sí  un enorme ventanal que daba a un patio de concreto con un árbol enorme y algunas macetas, vi a los 10 niños  sentados, callados, muy bien peinados y bañados, algunos de ellos vestidos con ropa que no correspondía a su talla por ser ropa donada por alguna institución o algún civil.  Estaban  atentos con los ojos bien abiertos esperando que yo hablara. Les di los buenos días y nos presentamos.  Cada uno me dijo su nombre y qué año escolar cursaba antes de  llegar a este lugar.  Les expliqué que les daría unas  tareas para hacerme una idea del nivel académico que tenía cada uno y sobre eso trabajar individualmente.  Me sorprendió su reacción cuando escucharon la palabra "tarea" y se voltearon a ver entre ellos, los ojos les brillaban y tomaron con cuidado los lápices para empezar a  trabajar en silencio.  En esos primero minutos  me di cuenta de que había llegado a un lugar mucho más especial de lo que yo había imaginado, ahí había mucho amor a la vida sin que los niños  supieran que lo demostraban.

 Pasaron semanas y nos fuimos conociendo más, algunas veces cuando faltaba personal en otra área, la directora suspendía mi clase para que yo apoyara con niños de otras edades  y solo veía desdibujarse la sonrisa de los 10 niños que me esperaban para leer cuentos, tomar lecciones, hacer cuentas o lo que nos tocara ese día,   los veía de lejos salir al patio del árbol grande con poco ánimo para jugar y mirando constantemente a nuestro "salón" por si yo entraba a buscarlos.  Para ellos su clase era muy importante, no les interesaba tener recreos ni días libres, pasaban encerrados todos el día lejos de sus familias y esto era lo más cercano que podían tener a una escuela 

 Juan trabajaba con mucha dedicación, sus brazos delgados con cicatrices grandes y  visibles se movían apresurados cuando escribía y cuando dibujaba; yo les ponía igual atención a todos pero Juan era especial, todos los días me recibía con un abrazo tan fuerte como se los permitiera su cuerpecito frágil.   Lo único que  podía distraerlo era su hermana, una pequeña de 4 años que escapaba llorando de su grupo para buscarlo y Juan amoroso dejaba lo que estaba haciendo para abrazarla y sentarla en sus piernas hasta que dejara de llorar, le decía que pronto volverían a casa juntos con su abuela y su mamá.  Juan no mencionaba a su padre.

Yo no podía preguntarles a los niños por qué razón habían llegado a este lugar especial de estancia temporal, pero podía suceder que un día uno llegara cantando y bailando al "salón" y al siguiente día distraído o ausente.  Esos días eran los días de más aprendizaje pero no para ellos, esos días aprendía yo y los respetaba.  Después de 10 meses fue el turno de Juan y tuvo que salir, iba muy arreglado, sonriente, con el cabello  bien cortado, era de los privilegiados que nunca había tenido piojos y además  ese día había ido el peluquero que hacía labor social con ellos, probablemente vería a su abuela y por fin se irían a casa él y su hermana.  Lo abracé para despedirlo y desearle suerte, tampoco tenía autorizado mencionar algo relacionado a cualquier religión, pero dentro de mi recé porque le fuera bien. 

Al día siguiente llegué unos minutos antes de la clase para ver a Juan y que me platicara todo lo bien que le había ido o tal vez ya no vería a Juan porque se había ido con su abuela y su hermana y aunque pensar eso me daba tristeza porque supondría que no habría podido despedirme de él, me ponía feliz la idea de saberlo feliz.    La llegada de Juan interrumpió mis pensamientos, traía la cabeza agachada y arrastraba los pies,  me abrazó como todos los días pero en esta ocasión con un abrazo más largo que terminó inundando de lágrimas sus ojos,  tomé su cara de las mejillas y le pregunté qué le pasaba.  "mi mamá está muerta y yo tuve que decirle a un señor que estaba detrás de un escritorio que yo, escondido abajo de la cama y tapándole los ojos a mi hermana, vi como mi papá la golpeaba.  Hoy viene la abuela por nosotros y nosotros no nos vamos a volver a ver".  

Ese fue el último día que vi a Juan, ese fue el año que más aprendí.   Hoy solo me gustaría saber que Juan es un hombre feliz. 

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