EL LUSTRADOR LLEGÓ AL EXTREMO
José Juan el lustrador de calzado había descubierto en el capítulo anterior que la adulación era una herramienta que podría usar para escalar en su oficio, ahora se dedicaría a afinar su destreza para ser finalmente el mejor y dejar atrás a todos aquellos competidores que también lustraban zapatos hincados ante los grandes y no tan grandes señores de traje.
Puso en marcha lo aprendido y cada vez que le pedía su opinión mientras lustraba zapatos, procuraba hacer una observación "audaz" como sugerir un insignificante cambio (recordemos que su preparación era limitada y por lo tanto su visión también) pero básicamente se deshacía en halagos y cariñitos al ego de los señores de traje que cada vez que estaban dudosos de su trabajo o pensaban que habían hecho algo mal, se acercaban a José Juan para sentirse mejor. Sabían dentro de ellos que las cosas estaban mal, pero les gustaba engañarse un poquito.
El gusto le duró muy poco a José Juan porque sus compañeros, también lustradores de zapatos, se dieron cuenta de su táctica y comenzaron también a adular. La competencia entre ellos creció y más cuando los señores de traje comenzaron a dar propinas y regalos con tal de escuchar palabas bellas aunque fueran mentira. Algo tenía que inventar José Juan, sabía que era el más talentoso lustrador de calzado y no podía dejar que "le ganaran el mandado".
Lo pensó toda la noche, pulió la idea, sabía que pocos se atreverían a hacer lo que a él se le había ocurrido, pero valía la pena a cambio de las propinas que para sus estándares eran altísimas. Llegó la hora y se presentó, vio a sus compañeros con una mirada retadora e inició su trabajo…. Con la excusa de que el señor de traje en turno tenía una mancha en el zapato izquierdo que no salía, ante la mirada de sus compañeros y otros señores de traje que esperaban su turno, lamió con su lengua el zapato del señor. Silencio total y de pronto un "¡¡¡oooohhhh!!!" el señor de traje a quien le había lamido el zapato miraba asombrado los resultados, sus zapatos habían quedado estupendos y le pidió que de ahora en adelante siguiera haciendo lo mismo cada vez que le tocara el servicio. No a todos los señores de traje les gustó el método y algunos decidieron suspender el servicio, mientras que otros se conformarían con el servicio habitual. A José Juan no le importó, con las propinas que ganaría con este nuevo método se compensarían los clientes perdidos.
José Juan llegó a su casa emocionado a platicarles de su nuevo sistema de boleo de calzado y cuanto terminó, el padre que lo había criado con grandes esperanzas de verlo convertido en un gran hombre le dijo con enojo y tristeza: "debes tener mucha hambra para vender así tu dignidad".
CONTINUARÁ